martes, enero 01, 2008

Adios querido amigo

Cuando volví a casa tras varios meses sabía que iba a encontrar cambios rotundos.

Me alegré de ver mi habitación intacta. Días antes de irme ya planeaban derrumbarla y darle un mejor uso. "Se puede hacer un salón comercial", decía mi padre. "La podría convertir en mi segundo bunker", acotaba mi hermano. Así que cuando me fui la miré con aires de cariño como si fuese la última vez.

Esperaba encontrar una nueva distribución de los objetos cotidianos y también un cambio de actitud en mis allegados.

Encontré la cerradura cambiada, mi computadora desarmada, "Total, ya no la usas, ¿No?", mi cama tendida, el escritorio sin tierra. Eran muchos cambios, pero supe llevarlos. Excepto uno, crucial, que cambiaría mi vida para siempre.

Entré al baño y pegué un grito desgarrador. Tenía el mismo olor a baño, pero el inodoro había cambiado. "No pueden haber cambiado el inodoro!", exclamé. Asustada llegó mi madre a ver que me había pasado y repetí mi indignación. "Si, es que el otro se rompió y pusimos otro. Pero el roñoso lo puso mal", llamese roñoso a cualquier mamífero que haga algo que a mi madre no le gusta. Con humildad digo que hasta yo he entrado en esa categoría...
Pero volviendo a la tragedia, habían cambiado el inodoro. El gran inodoro. Yo estaba orgulloso de ese inodoro. Si ustedes, estimados lectores, supieran las cagadas que aguantó ese inodoro derramarían lágrimas de solo leer estas líneas. No importaba si además arrojabas papel higiéncio, cabellos, chicles o cualquier otra sustancia mas o menos hidrodegradable, siempre pasaba.

Hace varios años, durante una asado, fue asediado por salvajes que no mostraban el menor aprecio por el trono ajeno. Cuando tiré la cadena, escuché un pequeño ruido, pero el inodoro se portó impecablemente y con mucho esfuerzo pasó lo que tenía que pasar.

Durante mi vista a Turquía tuve una discusión con amenos lugareños sobre si sus baños eran mejores que los nuestros. Aludieron higiene y mejor postura del usuario. Pero yo lo defendí a muerte. "Yo tengo un inodoro que no se atasca nunca...", dije nostálgico con una sonrisa de oreja a oreja.

Miré con desprecio el nuevo espécimen. Tenía su propia mochila con agua y el botón para tirar la cadena carecía de función. Traté de usarlo, no tenía alternativa, pero no era lo mismo. Ni bien terminé apreté el botón antiguo como un reflejo de mi infancia. Nada ocurrió. Se me partía el corazón mientras buscaba la palanca en la mochila y luego aproveché el lavatorio para lavarme la cara y disimular mis lágrimas.

Salí del baño y continué caminando hasta el depósito. Allí le encontré, partido en dos, su cadáver a la interperie sin ningun tipo de misericordia.
Me paré frente a él y lo miré por última vez. Sabía que no me atrevería a pasar de nuevo por ese lugar.
Entonces, respiré profundamente y le hablé:

Adios, querido compañero, me acompañaste en las buenas y en las malas. No te importaban mis berrinches, ni los días que te evitaba, ni los que te usaba en exceso. Siempre estabas ahi cuando te necesitaba y permanecerás por siempre en mis recuerdos.