Mi respiración aumentaba rápidamente y sentía que me estaba hiperventilando. Jadeaba como tratando de llamar la atención, aunque sabía que dentro del lanzador y con los ruidos de los motores a reacción nadie podría oírme. Traté de juntar valor para no sumirme en el pánico. Tal y como lo habíamos practicado tantas veces, tal y como lo habíamos resuelto tantas otras veces en el pasado.
"Hasta aquí llegué", me repetía a mi mismo, con un aire de orgullo y forzando un optimismo que me saque de este claustrofóbico trance. El ritmo de mi respiración aminoraba y comenzaba a ser consciente de la geometría en la cual me hallaba embutido. El cilindro lanzador era opaco y solo se veía una aureola de luz en la parte superior, por donde saldría despedido en unos pocos minutos.
La ilusa calma que comenzó a inundarme se disipó cuando escuché el primer disparo. El fenómeno no era más que un estruendo lejano que sacudió ligeramente el lanzador y un degrade luminoso de la aureola superior que me permitía intuir desde donde había sido lanzado el primer ejecutor. Pero no es el fenómeno lo que me aterraba. Ni antes, ni en ese momento, ni después, nunca un evento me asustó por su propia condición. "¿Cómo hice para llegar hasta aquí? ¿Cómo sobreviví tanto? Si considero lo que pasó hace unos instantes y la situación en la que estoy. ¿Que clase de futuro tenebroso me espera?". La interapolación era casi un deporte para mi. Si algo ha estado mal, y está peor, entonces estará mucho peor. Un pensamiento lineal que cualquier ser evolutivamente estable acuñaría para forzar un cambio en pos del instinto de supervivencia.
El segundo disparo tronó a pocos metros de mi lanzador. Perdí el control de mis esfínteres, castañeaba los dientes y me retorcía para no temblar.
"Hasta aquí llegué", chillé con angustia. No estaba preparado para esto. No sé en que estaba pensando, o en que no estaba pensando. Nunca pude volver a verla, aunque mantuve mi amor latente como un caldo de cultivo, nunca me animé a destruir el mundo por ella. Que cobarde. Tan cobarde como un imbécil que se ha cagado en las patas a punto de ser disparado hacia la nada. Ni siquiera mi mal ejemplo servirá de nada.
El ruido de los motores aumentó. "Hasta aquí llegué", dije de nuevo en voz alta. Y en medio del bullicio comencé a gritar desafiante. "Que quede registrado que hasta aquí llegó un hombre intrépido que no supo medir el peligro en pos de una adictiva ambición!", pero yo no escuchaba ni mi propia voz. En un lapsus, que seguramente es muy conocido por más de una teoría psicológica, sentí un esbozo de claridad mental, y un aumento de adrenalina que me devolvió las fueras necesarias para reclinarme en posición de combate. Respiré profundamente, y puse mi mente en blanco.
El tercer disparo me lanzó con una velocidad descomunal que me hubiese despedazado en el aire si no hubiese adoptado la postura de lanzamiento segundos antes del estallido. La aureola de luz creció y me encandiló durante el primer despegue. Pero mientras aún continuaba acelerándome recuperé la visión solo para ser testigo de la destrucción.
Las plantaciones calcinadas solo era un contexto del horror que se veía desde el cielo. Los carroñeros con miembros faltantes y quemaduras expuestas se arremolinaban alrededor de las pocas casas que quedaron en pie. Aisladas de todo camino y con escasez de recursos, decenas de personas habían muerto por infeccciones que a comienzos del siglo XXI se curaban con una simple pastilla.
El resto de la gente no tuvo tanta suerte. Rodeada por los carroñeros se estaba lentamente muriendo de hambre.
La velocidad seguía en aumento, los propulsores conseguían que supere ampliamente la velocidad terminal y en algún momento los sonidos se disolvieron. Había cruzado la barrera del No-Sonido, lo que, tal como me lo habían adelantado, marcaba un cambio de regimen en la misión.
La zona destruida de transición daba lugar a un gigantesco cañadón que me separaba de mi destino. Del cañadón emanaban todo tipo de gases tóxicos. "No son todos los gases tóxicos?" "Acaso no depende todo de la unidad en la que se mida?". Abandoné esas preguntas sin dirección ni sentido y volví a enfocarme en horizonte. "Mi destino....¿ Lo lograré? Ante tantas cosas que pueden salir mal... ¿Realmente lo lograré?".
Me habían contado muchas veces de las erupciones de azufre, lo impactante y espectaculares que eran. Nadie había conseguido, ni podría conseguir, describir el profundo miedo que uno siente al volar por encima de una erupción y ver como la tierra se abre exhalando su ira.
Una incómoda calma se apoderó de mi, sin poder decidirme entre una postura positiva o negativa. Con este virtual "Status Quo" instantáneo conseguí llegar hasta aqui, y podría seguir avanzando. No era dinero, ni fama, ni reconocimiento, o al menos eso me mentía a mi mismo. Seguramente todos los ejecutores consiguen autoconvencerse de que los nobles motivos que los llevan a lanzarse hacia el oeste. Yo creía que lo hacía porque podía, o porque quería demostrrarme que podía.
El sonido volvió para romper la calma, sentir la brusca desaceleración hasta llegar al punto más alto, donde algún científico loco estimaba que ya había recorrido dos terceras partes del viaje.
Las nubes cubrieron el horizonte, y comencé a sentir nuevamente miedo.
"Hasta aquí llegué". Cuantas veces me había dicho lo mismo antes, siempre con miedo a que sea la última vez. "Si he llegado hasta aqui No seré acaso suficientemente especial? Puedo afrontar esto y mucho más". Pero el periodo optimista había pasado, y tuve la mala fortuna de recordar la falacia lúdica, que cualquier calculador de riesgos debería conocer.
"El hecho que yo haya sobrevivido a tantos desafíos con baja probabilidad de éxito, ¿Tiene alguna relevancia en el cálculo de mis chances futuras?"
Por supuesto, si había tirado 99 veces una moneda y había obtenido 99 veces cara. ¿Con qué temple iba yo a apostar por cruz en el centésimo tiro?. Estaba autocensurado, después de oír tantas historias de intrépidos que sobrevivieron ante las más duras condiciones que el universo les había impuesto, ( O las que ellos se habían auto-impuesto?). Que difícil es leer las historias no escritas de los que murieron intentándolo. Aún cuando fueran la mayoría, son silenciados por un sensacionalismo exitista.
El ensordecedor trueno de una nube de azufre hizo que retomara conciencia de mi inconciencia. Entre nubes de azufre perdí el sentido de la orientación y vi mi vida entera reproducirse como imágenes sueltas inconexas. Ya no tuve más miedo. Estaba listo para morir.
"Hasta aqui llegué."
Seis ejecutores habían sido lanzados hacia el oeste buscando sembrar un camino nuevo, que no necesariamente devolvería esperanzas, pero que constituía un esfuerzo para buscar alternativas ante un mundo nuevo y desolador.
Cuando llegué al suelo, tres de los seis ejecutores que habían sido lanzados estaban muertos. Yo era uno de ellos. Hasta al jugador más suertudo le llegaba su hora.