Raistlin, con el semblante torvo, caminó con pasos mesurados y dobló la esquina de la posada. Encontró a su hermano y a una de las camareras en el patio trasero del edificio. Estaban abrazados, el cuerpo menudo de la muchacha perdido en el inmenso del guerrero.
El mago los miró en silencio. El leve ondear de la túnica con la suave brisa fue el único movimiento de la figura quieta y tensa. Ni siquiera se escuchaba su respiración, ningún sonido escapó de sus labios. Lo asaltó un torbellino de emociones avasalladoras, un raudal que brotaba de ese pozo que debería meranecer sellado para siempre si quería alcanzar el verdadero poder. Se quedó estático al observar la escena; le ardía el pecho, preso de un fuego abrasador, pero también advirtió la frialdad que emanaba desde lo más hondo de su ser y que consumiría sentimientos y pasiones que le estaban vedados. Sin embargo, algo lo impulsaba, en abierto desafío a su férrea voluntad, a seguir frente a la escena. Llegó un momento en el que le resultó insoportable, doloroso.
- ¡Vamos, Caramon!¡No disponemos de tiempo suficiente para otra de tus conquistas!
siseó entre dientes.
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Fragmento del libro "Preludios de la Dragonlance. Volumen 3: Los hermanos Majere" Capitulo 7. Escrito por Kevin Stein.
Nunca hubiera podido describir de mejor manera, el estigma que lleva un mago, o cualquier otra persona que sacrifique su humanidad por algo que considera superior.
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