jueves, diciembre 28, 2006

Voces del otro lado


Lo diré de una vez. Tengo miedo. No, no es miedo a la muerte. Creo saber aceptarla. Llevo mi mortaja conmigo cada vez que voy a alguna conferencia, por mas aterrador que eso le parezca a mi esposa.
Tampoco es miedo al futuro, ya me estoy poniendo viejo, y creo haber inculcado buenos principios a mis hijos. Asi pues tampoco tendría que tener un obsesivo temor por su futuro.
No es hacia el calentamiento global, ni al terrorismo (no del que mata 30 personas en un restaurante y todos condenan, sino del que mata medio millón en un país y todos aplauden)
Mi querido lector, tengo que confesarle que tengo una fobia incontrolable hacia un conjunto de circuitos integrados, microfonos y parlantes. Le tengo miedo al teléfono.

Si. Al teléfono. Tanto los gigantes teléfonos públicos como los celulares con bluetooth (¿Así se escribe, no?)
Imaginelo. usted presiona un botón o descuelga un tubo de plástico y se escuchan voces del otro lado. Mi abuela compartía el mismo temor, aunque creo que lo de ella era simplemente temor a lo desconocido.
No, señor lector. Yo no le temo a la tecnología, es más, la conozco bien.
Yo le temo a las voces que se escuchan del otro lado. No es que crea en fantasmas ni en enviados del diablo, lucifer o shaitán, como quieran llamarle. Pero tengo que admitir que más de una vez he escuchado voces de ultratumba al contestar. Como el día que mi padre llamó para decirme que mi madre había muerto o cuando la ex novia de mi hermano aulló (si, aulló) preguntando por él, pobre chica, me pregunto que será de ella.

Es una máquina diabólica incontrolable. Digna de seres como el Cuco, el Hombre de la Bolsa, y Drácula.
No puedes saber con certeza cuando va a sonar el terrorífico zumbido de la campanilla y la mayoría de las veces ocurre cuando estoy apenas sentándome en el baño, o apenas domitando. En esos casos normalmente no lo contesto, pero hay veces en que algun ente insistente llama y llama, el teléfono suena quince veces y el tipo sigue intentando. Me levanto apresurado analizándo la posibilidad que sea una emergencia y atiendo el teléfono luego del timbrazo número diecinueve.
Atiendo y me encuentro con la no muy agradable voz de mi tía. Que además de interrumpirme tengo que soportar sus quejidos.
-¿Para qué diablos tienes teléfono si nunca atiendes? - Bueno, no dicen diablos, pero no quiero ser grosero. Siempre me veo en la obligación de dar detalles de mi fisiología.
- Pero si estaba en el baño pues. ¿Quieres que tenga el inalámbrico al lado del inodoro?
- Y encima te me haces el picarito...
- Bueno, ¿Pero qué necesitabas?
- Necesito que me bajes unas cosas de internet.
Exacto. Tras muchos quejidos resulta que te llaman para pedirte favores. Vale, tengo banda ancha, pero tampoco es para bajarle trabajos prácticos de geografía a mis primos. En mi época eramos bien machos. ¡Buscábamos solos en el Encarta!

Pero no solo los queridos parientes llaman en horarios impredecibles. Los números equivocados están a la orden del día. Pero bueno, no puedo culpar la estupidez o la negligencia. He de admitir que yo también me equivoqué de número una vez. Fue doloroso para mi orgullo, y más aún para mi bolsillo pues se trataba de una llamada a Canadá.

Sin embargo, de las llamadas molestas, las que mas detesto son las de las compañías telefónicas. Siempre preguntan por el titular de la línea y comienzan a ofrecer sus mágicos servicios de larga distancia. Tres veces cometí el error de atenderles bien. Me tuvieron, en total, una hora y cuarenta y cinco minutos con el tubo en la mano. Eso es dañino, querido lector. Aún para un jóven de treinta como yo.
Descubrí varias maneras de cortarles rápido a tales alimañas de la comunicación. Mi favorita era simular un llanto desconsolado cuando preguntaban por el titular y aludir que estabamos en su velorio. Una vez invité a salir a la señorita que llamó -todavía era soltero ¿Eh? no vayan a pensar mal- fue tal vez la única vez en la historia que la compañía de teléfonos me cortó a mi.

Querido lector, el teléfono me perturba. Si alguien quiere comunicarse conmigo lo puede hacer en persona, por internet, o con señales de humo. ¿Por qué tiene que torturarme con un llamado telefónico?
Le temo al teléfono, porque cuando alguien llama, siempre es para pedir algo. Mi madre, Dios la tenga en la gloria, solía decir "Nadie llama para regalar nada". Intentando ir contra la corriente, una vez llamé a un amigo que no veía hace tiempo solo para saludarle. Me trató de borracho, se burló y luego cortó. Mi madre era una mujer sabia.

Hace algunos años recibí el llamado de una amiga que no veía desde el secundario, solo para escuchar su temblorosa voz que agonizaba, al día siguiente recibí un llamado enterándome que murió. Supongo que al menos se acordó de mi en sus últimas horas. Luego de ese suceso estuve varios días sin atender el teléfono.
Hace poco tiempo, un amigo de la universidad descargó toda su ira declarándome su odio. Al día siguiente murió electrocutado. Pero no daré mas detalles al respecto.
Recuerdo que el tipo me cortó y quedé escuchando el intermitente tono a 440 Hz bajo una fina lluvia.
Si, muchos traumas tuve con ese pequeño aparato. Por eso es que ahora, simplemente le tengo miedo al teléfono.

sábado, diciembre 02, 2006

Allá lejos

A veces me pregunto si valdría la pena alejarse de todo el mundo y vivir sin ser conciente de la vida.

En la antesala de la crisis mas profunda que jamas haya enfrentado. Me encuentro un sabado por la tarde sentado frente a la pc escuchando la radio. Lo que es bastante raro en mi, que nunca escucho radio.
Si un ente positrónico se encargara de velar por mi, no me dejaría escuchar radio jamás otra vez. Me intentaría salvar y me alejaría.
Me alejaría de los medios de comunicación, porque el deseo entra por mis ojos y por mis oídos. "Ojala entrase por el tacto", pienso a veces. Pero son esas veces en las que estoy oculto en el horizonte, saludando a Orion cuando se muestra entre las nubes.
Deberían alejarme de la calle, que las propagandas en los carteles, colectivos y diarios también me envían sus mensajes. Podría cortarme los receptores de señal, pero creo que me dolerían los párpados. La última vez no fue nada placentero.
Me quito los auriculares, pues han comenzado a hablar, aquéllos que gatillan mi horror como el platino del distribuidor de un auto.
Me alejaría de mis amigos, tan heterogéneos y pensantes. De mis profesores, y tan solo les pediría libros y notas buenas.
Reemplazaría la ciencia por la historia y la pasión por la rutina.
Dejaría de comer, de beber y de respirar, todo aquello que no he de comer, de beber ni de respirar.
Trabajaría con ojos vendados en una maquinaria que nada me permita saber del mundo. Golpearía clavos con un martillo y recibiría descargas eléctricas en cada descuido.
Conseguiría dinero suficiente y buscaría una esposa, una mujer sencilla que busque alejarse y esconderse al igual que yo. Posiblemente querría cientos de hijos antes del primer lustro, y miles de fotos de montañas y árboles, con ella a un costado, y venados por todas partes.
Eliminaría la gente, las borraría con photoshop.
Con una naturalidad propia de una secta, buscaríamos más como nosotros. Juntaría dinero y viajaría a algun remoto país del que nada sepa, solo su legislación. Sonreiría poco, me centraría en meditaciones redundantes y criaría los niños, ya crecidos e hiperactivos.
Les educaría para odiar el mundo, excepto el que nosotros conocemos, y luego les mandaría a jugar con piedras y pelotas improvisadas.
Mi cuerpo habría dejado de pesarme, me habría acostumbrado ya a la escasez fibras y al agua con sarro
Viviría sin ser conciente de la vida, mis hijos habrían crecido y se habrían reproducido con otros hermitaños. Ellos parecerían sonreir de tanto en tanto. Yo no recordaría lo que eso significaba, hasta lo tomaría como una falta de respeto. Les adoctrinaría que es preferible mantenerse serios y hablar poco. Como si estuvieramos obligados a usar la menor energía posible.
Abandonaría las ropas, y me cubriría con amplias telas de oscuros colores. Ni siquiera me afeitaría ¿Para qué gastar energía?
Pasarían otros años y mi cuerpo comenzaría a fallar, una caída, un virus. Y moriré.

Parpadeo, la radio sigue encendida.
A veces me pregunto si esto es lo que busca una religión. Alejarte del mundo como lo conoces y desprenderte de tu cuerpo, sentido a sentido. Hasta llegar a ser tan eficiente y mecánico como un vegetal.