sábado, diciembre 02, 2006

Allá lejos

A veces me pregunto si valdría la pena alejarse de todo el mundo y vivir sin ser conciente de la vida.

En la antesala de la crisis mas profunda que jamas haya enfrentado. Me encuentro un sabado por la tarde sentado frente a la pc escuchando la radio. Lo que es bastante raro en mi, que nunca escucho radio.
Si un ente positrónico se encargara de velar por mi, no me dejaría escuchar radio jamás otra vez. Me intentaría salvar y me alejaría.
Me alejaría de los medios de comunicación, porque el deseo entra por mis ojos y por mis oídos. "Ojala entrase por el tacto", pienso a veces. Pero son esas veces en las que estoy oculto en el horizonte, saludando a Orion cuando se muestra entre las nubes.
Deberían alejarme de la calle, que las propagandas en los carteles, colectivos y diarios también me envían sus mensajes. Podría cortarme los receptores de señal, pero creo que me dolerían los párpados. La última vez no fue nada placentero.
Me quito los auriculares, pues han comenzado a hablar, aquéllos que gatillan mi horror como el platino del distribuidor de un auto.
Me alejaría de mis amigos, tan heterogéneos y pensantes. De mis profesores, y tan solo les pediría libros y notas buenas.
Reemplazaría la ciencia por la historia y la pasión por la rutina.
Dejaría de comer, de beber y de respirar, todo aquello que no he de comer, de beber ni de respirar.
Trabajaría con ojos vendados en una maquinaria que nada me permita saber del mundo. Golpearía clavos con un martillo y recibiría descargas eléctricas en cada descuido.
Conseguiría dinero suficiente y buscaría una esposa, una mujer sencilla que busque alejarse y esconderse al igual que yo. Posiblemente querría cientos de hijos antes del primer lustro, y miles de fotos de montañas y árboles, con ella a un costado, y venados por todas partes.
Eliminaría la gente, las borraría con photoshop.
Con una naturalidad propia de una secta, buscaríamos más como nosotros. Juntaría dinero y viajaría a algun remoto país del que nada sepa, solo su legislación. Sonreiría poco, me centraría en meditaciones redundantes y criaría los niños, ya crecidos e hiperactivos.
Les educaría para odiar el mundo, excepto el que nosotros conocemos, y luego les mandaría a jugar con piedras y pelotas improvisadas.
Mi cuerpo habría dejado de pesarme, me habría acostumbrado ya a la escasez fibras y al agua con sarro
Viviría sin ser conciente de la vida, mis hijos habrían crecido y se habrían reproducido con otros hermitaños. Ellos parecerían sonreir de tanto en tanto. Yo no recordaría lo que eso significaba, hasta lo tomaría como una falta de respeto. Les adoctrinaría que es preferible mantenerse serios y hablar poco. Como si estuvieramos obligados a usar la menor energía posible.
Abandonaría las ropas, y me cubriría con amplias telas de oscuros colores. Ni siquiera me afeitaría ¿Para qué gastar energía?
Pasarían otros años y mi cuerpo comenzaría a fallar, una caída, un virus. Y moriré.

Parpadeo, la radio sigue encendida.
A veces me pregunto si esto es lo que busca una religión. Alejarte del mundo como lo conoces y desprenderte de tu cuerpo, sentido a sentido. Hasta llegar a ser tan eficiente y mecánico como un vegetal.

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